"Contra las cosas", de César Fernández Moreno (robado descaradamente de otro blog)

dios para qué me das tantas cosas
tengo el cuerpo brotado de cosas
qué confianza se toman con mis manos
yo no puedo vivir así trincado por las cosas
víctima de sus menguadas conspiraciones
cosas que se desarman
que no se abren que quedan abiertas
cosas que no entran que se salen
cosas cayéndose golpéandome
estallando en mis manos volándose
perdiéndose reapareciendo o no
cada vez más pedantes más dentadas
exhibiéndo groseramente su gula de espacio
adictas a su inercia
entregadas a su gravedad
ansiosas por volver al caos


yo no puedo querer tantas cosas
apenas ofrecerles una atención salteada
oh dios hubieras hecho de mí una lapa
entonces me acariciarían tus olas alternas
y yo conocería una sola cosa
la roca

Llorona

Las noches de Cochabamba
me hacen encontrarte,
fumando cigarrillos y con aliento a coca seca.
Con tu marido ajeno y tus labios posados en otros,
más jóvenes,
más firmes.
De fondo la llorona rasgándome el alma
de estar lejos de la casa paterna,
del amor propio.
El que no sabe de amores, no sabe lo que es martirio,
así canta tu voz, su voz,
de pelo negro, hermosa,
de pelo largo y negro, hermosa.
Las manos me buscan, me encuentran , las lágrimas me saben a nostalgia.
"Gauchitos", decís,
y yo, la mano en la mandìbula, con ganas de cerrar los ojos,
porque te veo triste, apenas sola,
escuchando la voz áspera que sé, te hace mal,
por ser mujer, por ser hermosa, por estar abandonada.
Tu pelo negro,
tu mano en la mandíbula,
tu mirada cansada,
las dos solas,
las noches de Cochabamba me llevaron a encontrate.
Tapame con tu rebozo, así no muero de frío.

Una nascita

E miraba, y sabía qué pasaba, era verano, y era esperable, que las mariposas dieran vueltas, que los cascarudos cayeran en vuelo rasante desde las luces de la galería, que el vino barato hiciera de las suyas, que nadie les prestara atención, pero cuando los vieron ahí, bajo la ventana, abrazándose más de lo que debían
más de lo que correspondía a una señorita como ella, tan inexperta, y un buen hombre como él, trabajador, escuchame, y con novia formal, por favor, qué barbaridad
E miraba, y sentía en la piel, en el pelo, en esa mano curiosa (con otra piel, otro sabor) que le subía por la espalda, un escalofrío repentino, un sueño disimulado, una guerra súbita, un no sé qué hago pero sigo
no puede ser que todos hagan lo que quieran
no se puede
no se debe
prohibido
nunca
degeneración

E miró la luna. Sintió la lengua, la mano en la teta, sintió frío, sintió calor, sintió el peso de una cadera hincándosele en los muslos. La baba, la mano, la ropa en el piso, en el auto, en la camioneta, en la despensa, en la cama y a los pies de ella. La espalda en el umbral y las piernas abiertas.
un par de degenerados
un mal parto
lo que no se debe

E miraba, y sabía qué pasaba, era verano, y era esperable, que las mariposas dieran vueltas, que los cascarudos cayeran en vuelo rasante desde las luces de la galería, que el vino barato hiciera de las suyas, que nadie les prestara atención, pero cuando los vieron ahí, bajo la ventana, abrazándose más de lo que debían
más de lo que correspondía a una mujer como ella, tan correcta, y a un señor mayor como él, con hija y señora, escuchame, pocas veces visto.

y hoy tengo ganas de sonreír

Quiero mirarte a los ojos y sonreír, sonreír mucho, porque la vida es buena, porque soñás conmigo, porque hay quien tiene celos de mí todavía. Porque mi perra mueve la cola cuando me ve y en verano me chupa los dedos de los pies aunque la rete. Porque el sol brilla en mi patio y vive el duraznero que mi viejo plantó un día diciéndome es tuyo, es tu árbol, y yo lo regaba todos los días, con baldes de agua, y ése verano dio unos duraznos gigantes, enormes y blancos, pero sin sabor. Porque en el lavadero estuvo herrumbrándose mi bicicleta rosa bebé hasta que dios y la vida dijeron agua va y mi hermana parió una nena y otra nena, que aprendieron a andar en ella por los mismos caminos que yo. Porque siento el amor en la piel y en la boca. Porque tengo un lenguaje propio para hablar con mis amigas de la vida y les puedo decir te quiero y te necesito. Porque mi viejo todavía sabe cantar Manuelita mientras toca la guitarra si se lo pido, aunque le dé vergüenza. Porque mi vieja es mi mamá, y mamá del que quiera, y abuela, y maestra, y todo. Porque hoy me siento feliz y triste, pero sobre todo expectante de lo que la vida me depara.

degenerarono

Sos como un monstruo gordo, grasiento y fofo, que me chupa los pies, como el sapo de laiseca, con una verga deforme y amenazante que no podés manejar, como la sombra negra de lost, como un denso baño de melaza. Aún así, si te volviera ver con camisa a cuadros y zapatos de vieja, no me tomaría el trabajo de escupirte, miraría un poco más arriba de tu cabeza, te esquivaría como a la peste bubónica en dibujito de la edad media, y seguiría mi vida, silbando bajito, por la vereda del sol.

y no te diste cuenta

Cómo hago para decirte, que me quedé quietita quieta quieta, a la espera, agazapada, dormida pero no, despierta pero no, mirando, espiando, viendo qué pasaba, que tuve las palabras en la lengua, en la garganta en la piel en las manos me chorrearon por los labios se me cayeron de la boca me quemaron el cuero las palabras las palabras se me hicieron un bocado grande que me ahogaba las mastiqué, sí, las deglutí, sí, las hundí para siempre nunca debían ver la luz. Y caminé zombi, caminé enferma, caminé a la espera, en el tumulto y en la soledad, frente a un ventanal y reflejándome en un espejo, y quise, lloré, y las lágrimas nunca fueron mías, rodaban de otra mejilla. Cómo hago para decirte ahora, que ésa era yo, la que una vez renunció, y perdió el rumbo, la que se hundió y parecía temer, que ésa era yo, que a veces llego, un poco fuera de mí, pero enseguida vuelvo al ruedo, al ruedo, al ruedo, al ruedo, al ruedo, al ruedo, con la sangre brotándome del cuerpo.

Reincidencia

De pronto me acerqué la mano a la cabeza y escuché el sonido del mecanismo del reloj, la gota de agua incesante en el baño, los motores de los autos. La puerta de calle. La espera. Y lamenté.
La reincidencia.
Capítulos de reincidencia.
La palabra me persigue, me agota, me chupa la sangre.
Me escupe a la cara mi propia imbecilidad.

Invento


Hoy no tengo en la punta de mi lápiz todo lo que quisiera decirte. La oscuridad me juega una mala pasada, hace tiempo que no puedo sentarme a dedicarle algunas horas a mi escritura. Estoy esperando, siempre esperando, siempre aguantando, siempre queriendo que llegue el después que no llega nunca. Dejo tirado el lápiz, mi brazo, mi cúmulo de ideas, que se disipa o se oculta en los rincones y forma sedimento. Se calcifica-corroe-abrasa. Si supieras lo que son para mí. Ideas. Si tuviera la pista, la real indicación, la cara de la moneda, el billete ganador. Lo bello, lo bueno, lo triste, lo sabio, lo bello, lo bueno, lo bueno. Una orientación, un mapa, un salvoconducto. La mínima energía, las raíces del árbol, la dirección del viento, la carta astral, la nitidez de las estrellas, la fase de la luna, las hojas secas, la miel... Excusas, plantame excusas, te escucho.

Dejáme

Una vez amé a un chico.
Era rubio y caminaba con el sol.
Odiaba las mañanas frías y que le dijera que no lo quería.
Fuimos tristes, aplacados, cuidadosos.
A veces nos asomábamos al mundo,
a mostrarle cómo éramos.
Nunca supimos amarnos de verdad,
nos quisimos a destiempo.
Caminábamos y dormíamos,
nos despertábamos juntos,
nos besábamos el alma.

Pero nada es hoy como fue entonces.

Soñábamos con playas y lagos, con amaneceres cálidos sin rocío en los pies, con flores a lo lejos. Con perros y caballos. Soñábamos tristes y alegres. Llorábamos nuestra suerte y maldecíamos querernos.

Todo acabó ahora, y estoy más contenta. Ya no tengo la urgencia de verte y saber qué estás haciendo. Ya no tengo ningún sentimiento.

Nadie nunca nada se parece a los síntomas del amor.

Mi chico, mi chico de ojos verdes, grandes. Me sería inconfundible tu perfume entre miles. Cada vez que te ibas me acostaba en tus sábanas y hundía la nariz en tu almohada. Te quería y te deseaba ríos...

...ríos de flores, ríos de peces de colores grandes como panes, feroces como cachorros. Ríos de peces, de racimos acuáticos, de lengüetazos de luz, de reflejos, de colores danzando

tiernos, profundos

te los deseaba

ehm

Hermosos ojos cuando tan lejos te tengo acá nomás y si probara no sé llegar hasta vos será realidad quiero y no quiero no me animo me da curiosidad le dije me das asco me dijo ella en fin pensá afuera húmedo pegajoso acalorado pesado dorado por el sol madrugador sin destino dónde van tus pensamientos qué hacés todos los días para qué te movés decime y él se preocupaba por cosas tan nimias y ella le devovía sus miradas melosas y nunca caminaron por la calle de la mano. Se sentían. A veces. Se sentían. (desmayada pensó y ahora qué nada es igual si al menos algo nada tampoco nada, tan poco, nada, y él no va a ser nada, va a hacer nada, bah, ser nada, niño alambre retorcido pequeñas ideas para qué sirve, pará, que sirve, ¿sirve? música contagiosa sólo para decirlo en realidad no lo soporto idea tonta en realidad me gustaría un poco así no sé cantaría en una catedral digo por el sonido resonancia eso acústica bueno lugar grande con figuritas de santos)

Esto


Suave, y con arranques impetuosos se deslizaba el viento sobre las cuatro cabezas adolescentes. Calientes de toda una jornada, dormitaban apoyando la nuca sobre la pared blanqueada de cal, fresca, en el frente de la casa. Se abrazaban rodeando sus estómagos con dedos largos y helados. El pensamiento los llevaba por regiones maternas, entrañables y extrañadas. El mundo adulto parecía no corresponderse con sus realidades. Saltando como minúsculos insectos en la superficie de agua como gelatina, iban sus reflexiones describiendo figuras en las mentes agotadas. Círculos fosforescentes rodeaban y ceñían aquel rostro morocho que caminaba entre sembrados. Un cubo de fucsia y azul eléctrico trepaba por unas infantiles rodillas oscuras, arrancándole sonrisas de dientes teñidos por la yerba mate. Una línea en fuga, de brillante amarillo y plateado, acompañaba la evocación del primer amor. Un perfume de cocina preparada para el banquete se iluminaba con una lluvia de triángulos celestes que entraban por la chimenea. Uno tras otro pasaban los elevados, observando y riendo, a esas cuatro cabezas empeñadas en perder el tiempo. Y el viento acariciaba los cuellos, y encendía mejillas, crispaba espaldas. Doloridas coyunturas reclamaban reposo, las plantas de los pies ardían en caricias con el concreto de la vereda, las manos se movían cada vez un poco menos. Todo fue bueno, cada cosa, cada lugar. Todo fue bueno.

Errático

Tengo la tentación de hundirme lentamente en un pozo de agua, de paredes resbalosas y helechos colgantes. De gotas que caen sobre la superficie y hacen eco de caída, de golpe, y es lo único que se escucha. Es la sensación de estar bajo el agua sin necesidad de levantar la vista para descubrir que el cielo está ahí, sin hacerle caso a nadie. Está ahí arriba y nadie ni nada puede cambiar su ubicación, es lo único seguro que tenemos, lo único imperecedero. En la tierra existen movimientos, terremotos que en cuestión de segundos cambian todo un país, vuelven inútiles a los manuales de geografía, convierten todo en nuevo. El cielo es imperecedero, nada cambia en él. Sólo se cubre de nubes inofensivas, sólo descarga sobre nosotros su ira de granizo, su suavidad de lluvia que vuelve a los campos fértiles, sin dudarlo. La lluvia cae desde alturas insospechadas, pero culmina en un punto, y nada ha sucedido, todo sigue igual. Yo acá en mi silla, vos allá en tu lugar. Yo sufriendo un terrible día de calor en noviembre, debatiéndome entre lo que quiero hacer y lo que no debo. En realidad hundiría mi cabeza en un pozo de agua, en un balde, por estar más a mano. Necesito la frescura del silencio bajo el agua, la tranquilidad de dejar de pensar mientras escribo y de poner mis dedos a funcionar en esto.
Nada puede compararse a estar pasando minutos de mi vida con vos. Todo se complementa. Tu tristeza con mi seguridad para pensar en las cosas en que no quiero pensar. Deberías mirar lo que estoy mirando. Sólo pienso en el pobre momento de encontrarte. Simplemente estoy tentada de encontrarle sentido a mi vida, de hallar por fin una razón que me permita decirle a los demás, mírenme, acá estoy, esto soy. No hay más, no hay vueltas, no hay engaños, hay diversión en mi mirada. Hay deseo, hay tranquilidad, hay muchas noches pasadas sin dormir, hay molestias, enfermedades, hay penas, hay tristezas, pero no hay mucho más, soy esto, lo que ven aquí, plantada frente a ustedes. No sé si alguna vez podré superar lo que sigue, lo que me recomiendan hacer, lo que no quiero pero debo completar con dosis de mi vida. Nada de eso es posible si uno no se encuentra demasiado motivado, ilusionado, afectado por todo.
Hubo una vez, un tiempo, cuando corría y corría sin que nada pudiese perturbarme. ¿Qué pasa en la mente de alguien cuando es arrancada de su mundo imperturbable sin demasiadas opciones que ofrecer? Con todo eso qué se hace, cuando vienen y te ponen un paquete en las manos y te dicen, tomá, arreglátelas, nada de esto es mío, dice uno, pero sí, cómo no, te dicen y no hay nada por hacer.

Yo confieso


Te imaginé leyendo estas páginas, te imaginé encorvado y leyendo una página por día. Lo escribí en las páginas iniciales de un libro, que todavía no te he regalado, sin tener en cuenta y sin pensar, que el tiempo pasa y el libro, el pequeño o gran libro, iba a pasar el tiempo en tus estanterías, cubriéndose de polvo, o tal vez no. Tal vez con las hojas un poco curvadas, tal vez con las esquinas abiertas en láminas. El tiempo nos pasa, y tengo la sensación de saber que cuando nos acariciamos pensamos demasiado en otras cosas. En el temor de no querer decir “para siempre” cuando recorro con mis dedos fríos la curvatura de tu frente.
Hace poco descubrí, tarde, siempre tarde, que el deseo se apaga cuando ya se sabe lo que viene después. Tantas veces la misma caricia repetida. Algunas veces varía, un poco, nos desnudamos antes o más tarde, tenemos más o menos frío cuando la madrugada llega y me acomodo besándote para que estemos abrazados, para que respires en mi espalda, para sentir tu sexo apoyarse blandamente contra mí. A veces me enojo contra todo, y juro no volver a llamarte, pero cuando cae la noche me encuentro comiendo sola en una habitación sin luz, dando vueltas entre las sábanas y amodorrándome a la realidad, pensando que te necesito. Y no sé si es verdad. Tengo una profunda duda con respecto a vos. ¿Qué pasa? ¿Qué hacemos juntos? Me posesiona, me embriaga la tibieza de tu vientre, tu cuerpo blanco que todavía me reserva secretos. Me avergoncé de hurgar entre tus cosas y encontrar lo que esperaba. Me avergüenzo de dejar tirado por ahí un montón de interrogantes que espero me hagas, pero espero en vano. Nunca me preguntaste nada. Vivo en la tranquilidad de tener la libertad de huir cuando quiero, pero a veces quisiera escuchar tu voz un poco. Sé que no soy buena, deseo tanto algo y cuando lo obtengo miro para otro lado. Al principio, y no hasta hace mucho, pensaba en él. Estaba ahí, bajo tu cuerpo, esperando, fingiéndome ansiosa, pensando con fuerza en las noches de mi adolescencia en las que escapaba al sueño y con el corazón en un hilo me escabullía de mi casa a hacer el amor. El cuerpo me temblaba de emoción, de ganas de estar enredada en sus brazos y piernas, de verle la cara suplicante y la torpeza de sus manos para desnudarme. Entonces disfrutaba el amor con el riesgo de lo desconocido, de lo nuevo y lo antiguo, porque nos conocimos el cuerpo juntos, durante años de juntarnos al anochecer hurgándonos en busca de los temblores y gemidos en que nos encontraba la mañana, sudados y llorosos. Pensaba en él, y trataba de esforzarme para encontrar similitudes entre tu fuerza y la de él, entre tu vigor y el suyo, entre tu mirada y la que guardo para siempre en mí. Pero era en vano, vos me reclamabas mi presencia mirándome fijo, hablándome al oído, sin dejarme respirar. Hay algo, no me permitís evadirme, por eso necesito no verte, sólo a veces, cuando la urgencia de tu piel me inquieta. Me confundo, adoro tu charla, adoro mirarte pero no puedo tomar la iniciativa de darte un abrazo, te encerré, pero igualmente, paredes adentro, no logro quererte de semejante manera. Me pone nerviosa estar frente a vos.
Hubo un tiempo en el que jugaba con los límites de lo posible. Hace unas tardes, una siesta, pensando en la posibilidad de comunicarme con él, me concentré hasta tener la seguridad de estar hablándole al oído, de susurrarle una y otra vez lo mismo, de plantarme a su espalda y acercarme suave, a hablarle. Tengo la certeza de que me escucha, de que me piensa igual que siempre, igual que durante años, desde el primer beso que nos dimos. Tengo la certeza de que ése amor que sentimos está un poco adormecido, pero apenas le suelte las riendas volverá con el mismo brío, a cercarme, a poblarme de lágrimas los ojos, a destruirme de apoco. Nos matábamos de dolor. Eso hacíamos. Estoy segura de que los deseos se vuelven realidad. No he encontrado todavía la técnica para perfeccionar mis pedidos. Sólo sé que pasa. Es fácil, solamente se piensa con insistencia en algo, hasta que uno mismo no está muy seguro de que sea verdad o no todavía, y tarde o temprano llega. Pero ese es el mayor problema, porque a veces se cumple a destiempo, cuando lo hemos olvidado. Entonces una persona anhelante de nuestros abrazos aparece frente a nosotros, que nos quedamos sin más que un beso tibio para ofrecer, inocente y seco. La historia no se cambia, los deseos se cumplen, es verdad, y yo deseo algo, que espero se tarde en llegar…

Pensar

Pensar en tenerte lejos, a lo lejos, en la distancia. Mirarte asomadita al cristal de
medianoche con un miedo oscuro a que me descubras. Que te pienso, te repienso, te
recontrapienso. A ser mi almohada tumba de lágrimas y deseos y rabias. Mirarte
asomadita al cristal de mi vida, que no es de colores. Es más bien prístino, claro,
transparente, translúcido, atravesable, permeable, futuro. Es más bien certeza, de
pensar que hice lo correcto, espiándote un poco, sin descubrirte. Casi caigo por el
barranco, pero me sujeté bien. Yo misma me sorprendí. Que bien que estuve.