Creo que te gustó

La tomó entre sus brazos y la sintió temblar un poco. Ella se deslizaba de su abrazo, se escurría como una cosa informe. El tejido de su ropa y la piel de sus manos, demasiado ásperas, se encontraban rozándose, casi crujiendo. Le miró la cabeza. El cuero cabelludo, pálido y brillante se asomaba en un sendero trazado por el peine. Llevaba el cabello un poco desordenado. La sentía temblar en suaves espasmos. La casa se encontraba en silencio. Siempre sentía una gran melancolía al descubrir la casa sola. Continuamente bulliciosa, de vez en cuando sus habitantes desaparecían, se escondían en los rincones, o más bien, se ocultaban de su mirada. Él entonces iba abriendo puertas al azar, violentamente a veces, suavemente otras, tratando de descubrir las partículas de polvo flotando de manera helicoidal, sin su permiso, fuera de orden. Pero generalmente allí estaban, avanzando hacia la sombra, ocultándose de él, sin ni siquiera mirarlo.
Ella se sacudía sollozando. La puerta de madera oscura se mecía con la brisa. El sol llenaba de calidez el ambiente. Desde donde estaban acurrucados podía observarse el patio, el verde, el celeste, el blanco. De alguna manera esos días eran de una tristeza infinita, cuando todos se iban o se ocultaban. No podía pensar en muchas cosas. El abrigo de ella seguía frotándose contra su piel, él aún trataba de sostenerla en un abrazo firme, pero ella se escurría, se escurría sin caerse.
Solía tener un recuerdo. A veces era sumamente nítido, otras aparecía difuso, tenía siempre la característica de que la boca se le llenaba de un sabor ácido y pastoso. Era una mañana clara, otras veces una tarde lejana, de cuando las paredes estaban tiznadas y el suelo cubierto de grasa. Si se esforzaba un poco podía escuchar voces masculinas que, muy probablemente, llegaban de un patio cercano, de infinitos paraísos, o de un rincón, destinado a cortar la leña. Los paraísos, y un campanilleo típico de sus hojas acariciándose. Y entonces entraba a algún lugar, vago recuerdo a veces... otras claro y nítido como un golpe en la nariz. Color de tenue ámbar. Y un maldito sabor a no sé qué, que lo apesadumbra, lo acaba. Estaba tan triste, tan solo, tan mal, tan sucio, tan gris, tanto sol y tanta pena, tanto aire, le pica la nariz. De nuevo se iban, lo dejaban. Se van, lo abandonan, nadie, nunca, todo está mal, todo, siempre lo mismo, la misma, los mismos. Acostate en el piso, sentilo frío, caete de una vez, no me importa, me das asco, vos, sí vos, tan dulce siempre, deja de moquear.
El barro se pega en todo, es suavísimo, frío, una tentación para los pies desnudos. Salta hasta arriba y le cae justo en la ropa limpia, una verdadera lástima, sobre todo si la ropa es nueva, la mancha no sale. Todo cambió tanto, le dijo, ya no más rojo y amarillo, ya no más verde, ya no más agua de lluvia, ya no más ratas, ya no más arena. Cascotitos de sol ruedan entre los dedos, posibles arañas ¡atención!. La sombra del paraíso y su música, va y viene, viene y va. Un encaje de sombra movedizo como jirones de algodón colgados del árbol. Cuando te veía así de lejos, desde el cristal, quería ser una lágrima de esas, de luz, que te corría por el rostro, te hacía cosquillas. El pelo se te alborotaba y el viento te ensuciaba y después no podías peinarte, te picaba la nariz y una bañerita de agua flotaba entre las pestañas. A la tarde tenías casi siempre la voz un poco ronca. Las cosquillas te hacían gracia, pero vos nunca sentiste cómo era. Tan raro. Montones de pelitos te recorren el cuerpo, cada parte de la piel, el estómago se mueve, paraaaaarriba, paraabaaaajo, te duele un poco el costado derecho. No sé muy bien que pasa con el corazón, no me acuerdo. Y las voces, te las trae el viento, cuando subís las tenés lejos. Las nubes, parecen esas sábanas gastadas, ¿te acordás?. Que podés mirar para el otro lado, así se ve el celeste tenue, y todo el resto brilla, tan azul es.
Bueno, bueno, a ver si te abanico un poco, o te tengo entre las manos tus manos, así, calentitas, tenés los dedos tan fríos, a ver si recorro con el dorso de mi mano izquierda tu espalda, a ver si te doy un doy un beso en la frente, a ver si te agarro de los hombros y te miro, al fondo de las pupilas. Tenés un mar, un bosque en otoño, un montón de hojas secas, una playa mojada y ventosa, un muelle muy antiguo al fondo, casi se ve un faro, son las siete de la tarde. Médanos al sol, también. Ébano y coral, también. Pero tu mar se seca, se desliza en un remolino, y un montón de nadadores desesperados tratan de escapar del centro (es negro, y la verdad, un poco de miedo da) El viento sopla. Millares de soldados alzan sus estandartes respondiendo a la arenga de su coronel ajeno, insustancial. No avanzan, pero están en pie de guerra, se sienten como espinas, tienen lanzas y trincheras. Son graciosos, no veo sus caras, pero presiento que sus rostros son suaves. Calma, sosiego, el batallón se ha ido.
Reposo, no te veo. Soy yo, constantemente igual, quejándome otra vez de lo mismo. Acá las cosas casi como siempre, el molino sigue chirriando, los viejos cada vez más viejos, pero por suerte hay cada vez más niños. Te escribo, hace tiempo que no te veo. Los palos que sostenían la tranquera vieja se pudren más con cada lluvia, pronto se cae todo. Idílico paisaje tenemos con el tajamar, cada vez se pesca menos, los peces de colores se mudaron a la batea de los caballos, les hacen cosquillas en la nariz cuando hunden el piquito. Los pobres se acercan con un poco de miedo a esos racimos dorados que se mueven bajo el agua. El camino termina justo donde terminaba. Nunca llegué al final, algún cómico continuamente me corre el precipicio un metro más allá. El delantal de mamá sigue presto a secar lágrimas y limpiar mocos infantiles. El sombrero de papá sigue equilibrando soles hilvanados, la columna llega ahora casi hasta el techo cuando se sienta en la galería. Me gustaría volver a verte, me imagino que esos garabatos ya te atrofiaron el seso, ¿te olvidaste de bailar?. Si es así, me voy a enojar mucho. Siempre te recuerdo, cuando llega la primavera corto flores para vos, de esas amarillas que no te gustan mucho, pero así el campo queda verde. Yo sé que después te estropean el fondo del bolsillo, nunca quisiste llevarlas en la mano como corresponde. Por eso sigo prefiriendo las amarillas, son pequeñitas y tienen mucha raíz, a lo mejor un día cuando vuelvas te crezca un arbolito, o siquiera una rama, en el dobladillo del pantalón.
Tenéme en cuenta, sabés que acá estoy solo, ¿no te da pena?. La última vez que te vi, qué linda. No te dije, pero qué linda. Me olvidé de mencionarte, aunque expuse tu recuerdo a consideración de un tribunal de jueces destacados, que analizaron sin ninguna imparcialidad tu delicado striptease. No quise decirte, pero qué buena. Algunos señalaron que un poco de iluminación hubiera ayudado a apreciar tu figura con más detalles, pero nunca les conté que fue a la luz de la luna. Espero no se enojen. Otro puso a consideración si era conveniente que yo hubiera intentado desesperado copiarte, me imaginé que te ibas a sentir más acompañada si me sacaba la ropa también. Alguno me defendió señalando que los faros de una camioneta me alumbraron las nalgas, y así nada podía ser ya glamoroso. Todos coincidieron en que fue apropiado el trasladarse corriendo a la despensa, donde fueron satisfechos nuestros apetitos todos. Ya ves, los muchachos son buenos, por algo son mis amigos.
Y ella nunca sintió un sonido semejante, o al menos que lo recordara. Posiblemente era la orilla, de arena gruesa, muy gruesa y plagada de plantas, plagada de bichos. El río corría lento acá, allá caía en una cascadita baja, cerca de esa isleta, rodeaba con dificultad una piedra brillante y verde. Marrones y azabaches aparecían y desaparecían en cada ondulación, pluc, pluc, pluc, cruzaba un guijarro rodando en la corriente. Blanco y plateado en franjas espumosas tiritaban en pequeños estanques que escurrían el agua con moderación. Cierto aire pegajoso le enfrió las mejillas y le secó los labios. Con las manos en los bolsillos caminó saltando charcos, volvió a su casa.

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