Ricordati di me

Acá llueve. Y la luz tenue entra e invade mi espacio, mi pequeño lugar, el que me protege.
Suelo desear que no exista luz en el momento en que abro los ojos. Entonces escucho el sonido tenue del agua celeste besando el suelo, la tierra ardida, el polvo volátil que se apelmaza en gotones de barro y todo se ensucia y se lava. Se ensucian mis pies, hay tierra en las grietas de mis pies, lastimados de andar esta ciudad, ajados, secos.
Con qué delicadeza cae esta lluvia hoy. No se compara a las furiosas tormentas del campo, donde las nubes son negruras espesas. Esto es parecido al llanto.
Es difícil ver las gotas caer sobre un fondo de cielo claro. Abro la ventana y el perfume de la tierra tampoco me llega. Es olor a gasolina arrastrada por el cordón, hojas secas, hollín y humores de humanos bendecidos con una lengua de agua. Nada suena, no hay truenos, hay agua. A veces unas gotas gordas, rebeldes, caen con fuerza sobre los vidrios, pero son unas pocas.
Me siento desalmada, dormida, no tengo música para escribir estas palabras. Estoy sentada y sola.
En días pasados llovía diferente, con grandes aguaceros que se robaban la arena de las calles. Yo no tenía botas de goma y no me dejaban pisar los charcos descalza, siempre fui un poco débil de niña. Me conformaba entonces, y miraba a través de la puerta mosquitera como caía el agua. Y las minúsculas gotitas que se rompían en los finos alambres me salpicaban la cara, las manos. A veces era una gran tormenta, con truenos, con relámpagos, con amenaza de piedras. Y mi abuela en delantal y rodete salía a hacer una cruz de sal en el patio. Para que no caiga piedra, decía, y conjuraba la lluvia, rezaba a la virgen maría bajo el agua, y el granizo se abstenía de romper en tiras las hojas verdes de la quinta y voltear los duraznitos recién nacidos en sus árboles.

1 comentario:

  1. Es verdad. Dónde quedaron esas tormentas. Ahora las llevamos adentro, en el alma que se agita. Un abrazo

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