Suave, y con arranques impetuosos se deslizaba el viento sobre las cuatro cabezas adolescentes. Calientes de toda una jornada, dormitaban apoyando la nuca sobre la pared blanqueada de cal, fresca, en el frente de la casa. Se abrazaban rodeando sus estómagos con dedos largos y helados. El pensamiento los llevaba por regiones maternas, entrañables y extrañadas. El mundo adulto parecía no corresponderse con sus realidades. Saltando como minúsculos insectos en la superficie de agua como gelatina, iban sus reflexiones describiendo figuras en las mentes agotadas. Círculos fosforescentes rodeaban y ceñían aquel rostro morocho que caminaba entre sembrados. Un cubo de fucsia y azul eléctrico trepaba por unas infantiles rodillas oscuras, arrancándole sonrisas de dientes teñidos por la yerba mate. Una línea en fuga, de brillante amarillo y plateado, acompañaba la evocación del primer amor. Un perfume de cocina preparada para el banquete se iluminaba con una lluvia de triángulos celestes que entraban por la chimenea. Uno tras otro pasaban los elevados, observando y riendo, a esas cuatro cabezas empeñadas en perder el tiempo. Y el viento acariciaba los cuellos, y encendía mejillas, crispaba espaldas. Doloridas coyunturas reclamaban reposo, las plantas de los pies ardían en caricias con el concreto de la vereda, las manos se movían cada vez un poco menos. Todo fue bueno, cada cosa, cada lugar. Todo fue bueno.
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