Te imaginé leyendo estas páginas, te imaginé encorvado y leyendo una página por día. Lo escribí en las páginas iniciales de un libro, que todavía no te he regalado, sin tener en cuenta y sin pensar, que el tiempo pasa y el libro, el pequeño o gran libro, iba a pasar el tiempo en tus estanterías, cubriéndose de polvo, o tal vez no. Tal vez con las hojas un poco curvadas, tal vez con las esquinas abiertas en láminas. El tiempo nos pasa, y tengo la sensación de saber que cuando nos acariciamos pensamos demasiado en otras cosas. En el temor de no querer decir “para siempre” cuando recorro con mis dedos fríos la curvatura de tu frente.
Hace poco descubrí, tarde, siempre tarde, que el deseo se apaga cuando ya se sabe lo que viene después. Tantas veces la misma caricia repetida. Algunas veces varía, un poco, nos desnudamos antes o más tarde, tenemos más o menos frío cuando la madrugada llega y me acomodo besándote para que estemos abrazados, para que respires en mi espalda, para sentir tu sexo apoyarse blandamente contra mí. A veces me enojo contra todo, y juro no volver a llamarte, pero cuando cae la noche me encuentro comiendo sola en una habitación sin luz, dando vueltas entre las sábanas y amodorrándome a la realidad, pensando que te necesito. Y no sé si es verdad. Tengo una profunda duda con respecto a vos. ¿Qué pasa? ¿Qué hacemos juntos? Me posesiona, me embriaga la tibieza de tu vientre, tu cuerpo blanco que todavía me reserva secretos. Me avergoncé de hurgar entre tus cosas y encontrar lo que esperaba. Me avergüenzo de dejar tirado por ahí un montón de interrogantes que espero me hagas, pero espero en vano. Nunca me preguntaste nada. Vivo en la tranquilidad de tener la libertad de huir cuando quiero, pero a veces quisiera escuchar tu voz un poco. Sé que no soy buena, deseo tanto algo y cuando lo obtengo miro para otro lado. Al principio, y no hasta hace mucho, pensaba en él. Estaba ahí, bajo tu cuerpo, esperando, fingiéndome ansiosa, pensando con fuerza en las noches de mi adolescencia en las que escapaba al sueño y con el corazón en un hilo me escabullía de mi casa a hacer el amor. El cuerpo me temblaba de emoción, de ganas de estar enredada en sus brazos y piernas, de verle la cara suplicante y la torpeza de sus manos para desnudarme. Entonces disfrutaba el amor con el riesgo de lo desconocido, de lo nuevo y lo antiguo, porque nos conocimos el cuerpo juntos, durante años de juntarnos al anochecer hurgándonos en busca de los temblores y gemidos en que nos encontraba la mañana, sudados y llorosos. Pensaba en él, y trataba de esforzarme para encontrar similitudes entre tu fuerza y la de él, entre tu vigor y el suyo, entre tu mirada y la que guardo para siempre en mí. Pero era en vano, vos me reclamabas mi presencia mirándome fijo, hablándome al oído, sin dejarme respirar. Hay algo, no me permitís evadirme, por eso necesito no verte, sólo a veces, cuando la urgencia de tu piel me inquieta. Me confundo, adoro tu charla, adoro mirarte pero no puedo tomar la iniciativa de darte un abrazo, te encerré, pero igualmente, paredes adentro, no logro quererte de semejante manera. Me pone nerviosa estar frente a vos.
Hubo un tiempo en el que jugaba con los límites de lo posible. Hace unas tardes, una siesta, pensando en la posibilidad de comunicarme con él, me concentré hasta tener la seguridad de estar hablándole al oído, de susurrarle una y otra vez lo mismo, de plantarme a su espalda y acercarme suave, a hablarle. Tengo la certeza de que me escucha, de que me piensa igual que siempre, igual que durante años, desde el primer beso que nos dimos. Tengo la certeza de que ése amor que sentimos está un poco adormecido, pero apenas le suelte las riendas volverá con el mismo brío, a cercarme, a poblarme de lágrimas los ojos, a destruirme de apoco. Nos matábamos de dolor. Eso hacíamos. Estoy segura de que los deseos se vuelven realidad. No he encontrado todavía la técnica para perfeccionar mis pedidos. Sólo sé que pasa. Es fácil, solamente se piensa con insistencia en algo, hasta que uno mismo no está muy seguro de que sea verdad o no todavía, y tarde o temprano llega. Pero ese es el mayor problema, porque a veces se cumple a destiempo, cuando lo hemos olvidado. Entonces una persona anhelante de nuestros abrazos aparece frente a nosotros, que nos quedamos sin más que un beso tibio para ofrecer, inocente y seco. La historia no se cambia, los deseos se cumplen, es verdad, y yo deseo algo, que espero se tarde en llegar…