Hola.
Me presento. Soy yo otra vez. Estoy de vuelta.
Estoy de regreso frente a las palabras que me volaron en torno a la cabeza durante meses, estoy otra vez pisando la tierra firme de mi hogar y sintiéndome lejos de las moles grisáceas y nevadas de los Andes tan cercanos por un tiempo.
Estoy de vuelta.
El espacio y el tiempo aún no llegaron conmigo.
¿Puedo dejar, señor, a un “otro yo” caminando las veredas angostas, libando las flores de sus plazas, degustando los platos picantes de los puestos callejeros, riendo y llorando, fortaleciendo el pie, alargando las manos?
¿Puedo dejar una copia ínfima de mí? ¿Una mujer, señor, que se levante a escuchar el trajín de los dormitorios contiguos, que suba y baje escaleras, que duerma sueños dulces en camastros polvorientos, que arda de calor bajo el fuego del sol andino, que congele su nariz con el viento de Potosí, que se moje los pies?
¿Podré dejar, señor, si me lo permite, una mujer que tenga los ojos prestos a la lágrima, que se emocione con ciertas miradas, que vaya al mercado y aspire el perfume batido, mezclado, sufriente, de las papas, las piñas, los plátanos, del locoto quemante, que llene sus oídos del grito de la venta, del acoso del pasillo apenas iluminado, del estallar de colores en arrobas, en libras?
¿Puedo, de a poquito, sentir por ella, sufrir con ella, soñar con ella, como antes, que la historia no se acaba, que la tierra me pone suelo delante de mis pies, por cada paso, por cada beso, por cada estrecharse las manos, por cada gesto de sorpresa, de amor, de éxtasis, de pena?
¿Me dejan soñar, como el agua que corre, que de alguna forma estuve destinada, que nada pasa sin razones, que todo pasa por nosotros, por mí, por creer en un mundo diferente, y sacarme entonces, con cada honda respiración, la sensación de haber truncado un parto, de haber cortado ríos, de haber querido detener con un dedo una avalancha?
Soy yo, ahora sí soy yo, sintiéndome plena de a poco, restaurando sueños muertos, reflotando barriletes después de la lluvia, sembrando, cerca y con paso firme, aún delicadamente unida, finamente tejida, a un aguayo que amontona en ordenado caos, lagos transparentes y azules, selvas peruanas, caminos de piedras y agua, despertares felices, perfumes inagotables, amarrado con una fuente de alegría, un cordón de seda, que me lleva cruzando montañas, planicies y escarpados cerros, a un oasis fecundo de felicidad pura.