A veces pienso, en los vinos, los licores, las bebidas que hemos compartido, las tardes (pocas) de sol y viento en la cara, las noches largas hiladas a amaneceres despabilados o de pegoteados ojos dormidos. Mi alma se estruja en vueltas, quehaceres, necesito el pienso de tu voz, como un caballo amaestrado, que nunca tira de la soga aunque ya no sabe si está atado. Necesito del agua que me das a beber en el cuenco de tu mano, del terrón de azúcar que me brindan tus dedos con timidez, necesito la paz de tu mano como la caricia en el lomo. Es cuando la vorágine de una ciudad me eleva por los aires, y me espera el despiadado golpe seco entre las piedras, es cuando me arrebatan las manos ajenas y me siento lejos de mi propio ser, es cuando dejo atrás la fortaleza que me brindan tus abrazos, es cuando el vino viejo avinagrado me corroe las entrañas y me hace explotar afuera.
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