F.P.


Quizás no sea el punto, mirarte como se mira a un modelo. Quizás a otras personas les parecería demasiado. Y no creo que entiendan mi gusto, sobre todo los que me quieren, por esa cercanía que impide amar sin reproches. A veces me pregunto qué sentirías si me plantara frente a vos, y tímidamente (sí, porque no veo otra forma) te explicara mi admiración, con palabras suaves. Entonces caería en tus manos, y temo que despiadadamente vociferaras cosas que no podría perdonarte, pero eso es lo que quiero en vos. Quizás no sería ya tan glamoroso sentarme cerca tuyo y sosteniendo tu mano, secarte los sudores, limpiarte la piel. Olvidaría pronto lo mucho que me seducen tus ojos maquillados, tu cráneo y tus manos, si presenciara tus derrumbes tóxicos. No debería saber, las noches que no dormís, el sexo que te atrae, los dolores constantes, el desprecio que acompaña a todas tus miradas. Eso no es lo mío. Yo amo tu irreverencia, tu rebeldía en conjunto, tu ira cruel, tus puteadas detallistas, tu mecanismo de defensa. Tu desfachatez, tu ácida ironía. Todo eso que te hace un reverendo hijo de puta. Y me encanta, me deleita, me hipnotiza. Quisiera observarte, copiar cada detalle para saber cómo pasás de ser una sofisticada dama a un dramático suicida detenido al borde del precipicio. Pintarme las uñas, llenarme de tatuajes pervertidos y exhibirme semidesmayada en los sillones de mimbre de la abuela. Porque así sos vos, y podría llamarte “querido”, entornar los ojos y esperar sin sorprenderme una cachetada al mejor estilo Gilda. Y aunque si me oyeras en este instante me detestarías, no puedo evitarlo, entonces lo digo. Será que lo aprendí de vos. Y me importa un carajo.

A.G.

Tener despierta una fantasía, como olvidar la moral en el instante adecuado, dejar de pensar en el pasado y ponerle vistas a la imaginación, que me hace recordar tu cuerpo.
Descubrir el instante en el que te hacés infalible,
precisa, iluminada, imperturbable.
Presenciar el momento en el que te volvés clara y pura,
recuperar el aliento en la sombra de tus párpados.
Quién fuera el creador de tu existencia.
Quién poseyera el secreto de tus armas.
Quién removiera en ti pensamientos tristes...
Pero presumo que te encontrás lejos de toda desgracia,
que la corrupción de un sentimiento desvaído
siquiera moja el orillo de tu vestido.
Que la tristeza no corroe tu espíritu como al mío,
como arena seca que desparrama el viento.
Casi te creo inmortal.
O destinataria de mis anhelos.

S.B.

Qué pensar de tu languidez, de tu forma de caminar con el cuerpo hacia un lado, de tu mirada al infinito. Cómo vislumbrar tu mente maravillosa...¡Ah! Si pudiera asir tus pensamientos un instante, escudriñarlos con la impresión de que se diluyen entre mis dedos. No puedo mirarte a los ojos sin sentirme perturbada, como si vieras el fondo de mi ser y develases ante todos que soy tan pequeña al lado tuyo, tan miserablemente principiante. Tu figura me desvela usualmente, pero una noche soñé con vos. Y eras otro. Tan ansioso de relatar lo que sentías, tan perfectamente entregado al destino, tan no vos. Tu voz, esa hermosa cadencia que me transporta, ese tono grave y pausado, convertida en un susurro casi, una conversación fútil. ¿Vos? No te encuentro deleitándote con la simpleza de un cuerpo desnudo, no es tu persona la que miraría por horas el perfil halagador de su amada, no encontrarías placer en recorrer con tu dedo una boca plácida, menos aún en hablar sin argumentos, sin trascendencias. Y yo sé que jamás me dirías amor, o pronunciarías mi nombre, suavizando los sonidos, haciendo apenas perceptible un soplo de aire, un pedacito de alma. Te asocio a tus historias, para mí tenés un poco de clasicismo. Pero ese sueño, lo recuerdo vívidamente. Aún puedo escucharte pronunciar la palabra “hermosísimo”, casi a punto de confesar. Y detenerte apenas, para mirar a la audiencia, para recalcar tu autoridad. ¿Es posible que me detenga entonces yo también? Sin embargo, pasás a mi lado, y no sé (incertidumbre) si me conocés (desgracia), si recordás mi rostro, mi voz, siquiera mi pregunta, mi tierno vocativo (¿te diste cuenta de cuán tierno fue?) Nada tengo. Nada sino ese sueño que tan dulcemente me trajo tu rostro una noche, pero no eras vos.