¿Que hago ahora?

¿Dónde pongo lo hallado?
En las calles, los libros
La noche, los rostros
En que te he buscado

¿Dónde pongo lo hallado?
En la tierra, en tu nombre
En la Biblia, en el día
Que al fin te he encontrado

¿Qué le digo a la muerte tantas veces llamada a mi lado
Que al cabo se ha vuelto mi hermana?

¿Qué le digo a la gloria vacía de estar sano
Haciéndome el triste, haciéndome el lobo?

¿Qué le digo a los perros que se iban conmigo
En noches pérdidas de estar sin amigos?

¿Qué le digo a la luna que creí compañera
De noches y noches sin ser verdadera?

¿Qué hago ahora contigo?
Las palomas que van a dormir a los parques
Ya no hablan conmigo

¿Qué hago ahora contigo?
Ahora que eres la luna, los perros
Las noches, todos los amigos


Silvio Rodríguez & Luis Eduardo Aute
Mano a Mano
1992

Tranquila

Tranquila, con pesadez, le acarició la cabeza. El pelo, cortado casi al ras a los costados, le hizo suaves cosquillas entre los dedos. Él dormía, o no. Su pecho se inflaba y descendía pausadamente. No podía ver su rostro. La casa estaba silenciosa,
aunque algún murmullo ondulado atravesara las paredes. La habitación estaba semioscura. La pared del frente, pintada de verde claro, exhibía a intervalos unos cuadros baratos, de laminas brillantes. Un Modigliani (al verlo por primera vez pensó que ese hombre de traje, de ojos ausentes, se parecía inquietantemente a M.), un paisaje veneciano de edificios semihundidos y góndolas, un triste jarrón con flores ocres, . Las permanentes mudanzas habían logrado un mobiliario disímil hasta lo increíble. Un pesado y vetusto ropero de madera oscura, brillante a pesar del abandono, convivía con mesitas rojo bermellón. La cama era de caño. Un espejo mediano festoneado de arabescos de hierro reflejaba la nada en el muro de la derecha. La luz penetraba en una línea vertical desde la puerta entornada.
Respiró hondo, y se acomodó entre las sábanas (blancas, de algodón), cerró los ojos. Se durmió abrazada a M. Tenía calor y soñó intranquila, en calles alejadas su familia desaparecía, no pudo correr, no pudo gritar. Cuando despertó estaba sola. La luz se había extinguido. Escuchó el ir y venir en la cocina. Platos y cubiertos sonaron, alguna olla crepitaba. El aroma inundó la habitación y E. se incorporó. Se vistió lento, maldiciendo la modorra. La cara le picaba. Fue al baño y el agua helada de la canilla le hizo arder los ojos. Mala forma de despabilarse aquí. Eran las nueve de la noche. Las piernas no respondieron a su impulso y caminó arrastrando los pies hasta el comedor, se sentó y apartando los platos, apoyó la mejilla en el frío laminado de la mesa. La cabeza le daba vueltas. M. no la miró. Encendió el televisor. Cenaron casi sin hablar.Hacía ya un año esta rutina. Ya no soñaban . Un cielo color índigo envolvía todo. A la derecha de este, una línea de luz obstinada se le acercaba de a poco, de acuerdo a la caída del sol.

Un libro de tres pesos

“...Es la historia de un hombre que se perdió con su avión en el desierto...” Saber, sentir, orientarse. Todo eso tan útil para mí. ¿será que realmente soy yo lo que esperabas de mi? Te veo ahí sentado, y me pregunto...¿soy yo realmente? ¿Qué fue de mí, en tantos y tan pocos años? El correo a veces trae, suspendida en el vértice de una carta, la gota sublime de una lágrima. ¿Quién llora en tus papeles? Lo único que conseguís es no disimular. Tendrías que ser más cuidadoso. El papel está gastado, nada de abrazarlo cuando te vas a dormir, sólo es conveniente llevártelo junto al corazón cuando miras derecho al sol...que cae...cae...en la tarde...noche...que cae. Y me pregunto, también, qué se puede hacer con tanta arena , que se mete en el zapato, que raspa la piel, que irrita los ojos, que termina por hartar. “...Mira y no encuentra un límite, mira y se imagina cosas...” no creo que sea bueno el mantenerse así por mucho tiempo me dijiste, ya no más. Y yo, bueno, y yo, bueno, y yo, bueno esa es otra historia. Terminábamos de cenar. ¿Sabés que al mediodía me levanto con el tiempo justo para hacerte de comer y después vuelvo a la cama? Nunca pensaste que estaría mejor en cualquier lado menos este. La tarde se me hizo oscura, está muy gris, dijiste, probablemente llueva...todo siempre a punto de desencadenarse. NO fui la misma desde que te conocí. ¿Sabés que no me gusta decir te cruzaste en mi camino? Porque parece la historia de un hombre que se perdió en el desierto con su avión, y se imaginaba cosas porque no encontraba a nadie ni a nada, decí que por lo menos pudo juntar agua pero no la podía tomar menos mal tenía un revólver y dijo en el momento indicado...Y ahora miro alrededor mío, no sé quienes serán los que están acá pero son tan amables, sí, tan buenos. No sé qué me pasó. No sé hace cuanto estoy acá. Me duele terriblemente la nariz, creo que me la rompí, ahora no sé con qué y mucho menos por qué. La gente que está acá empieza a mirarme raro, se están adormeciendo. Creo que pregunté muchas veces lo mismo, ahora si me hablan no me dicen nada, aunque no sé qué me dicen tampoco. Todo es blanco, con la pared azul al fondo de mis pies. Mis pies recortados por la sábana blanca. La sábana blanca es más bien amarilla y tiene olor raro. El olor raro debe ser porque la lavaron muchas veces con lavandina. La lavandina deja la ropa amarilla. Los dedos tengo amarillos, que horror, parece que estoy muerta. Te veo ahí , sentado y tenés forma. Sos una de las personas que están acá. Ahora te veo y sé quien sos. No puedo entender qué hacés acá mucho menos qué hago yo acá, supongo que más tarde todo se aclarará. Ahora me dio sueño pero no, me duermo y es horrible, siento que me hundo y me voy, quiero estar cerca de vos. Me acordé cuando estabas en el hospital. Y yo lejos, pellizcándome un brazo, sufriendo, pero nada. Era una madrugada helada, tenía un brazo todo colorado de puros pellizcones. No pude llamarte, no pude, no pude ir, estaba enojada con vos. El pasillo era frío y creo que me voy a morir de angustia si me toca de nuevo. Nada es silencioso acá. Menos mal que el hombre del desierto tenía un revólver, en el momento indicado.

Bueno

Bueno, lo que estaba primero ahora pasa a un segundo orden. A formar fila, a acomodarse. Orden de prioridad, no, sólo orden. Uno detrás del otro, para que todo siga una línea, así se hacen las cosas, nada de mezclas ni de errores. Te pusiste junto a mí y me palmeaste un hombro. ¿Qué maravilla no? Todos ordenaditos, hasta parecen una sola cosa. Orgulloso de tu poder de organización. Son los otros los que se acomodan a tus designios, vos nada, quise gritarte. Alrededor el sol empezaba a salir, tu cara de satisfacción se ocultó en sombras, ahora te tocaba hacerte cargo, bajo la luz ya nada era fácil, pensaste. Caminábamos en círculos sobre grandes cuadrados de cemento, en las juntas los yuyos habían crecidos como pelos indeseables. Algunos tenían espigas, otros, finas hojas casi transparentes. De cuando en cuando eran pisados por indolentes zapatos que marchaban sin cesar. El hangar estaba a nuestra espalda, ahora a la izquierda, ahora de frente, ahora a la derecha, ahora a nuestra espalda...Un caminito de hormigas se obstinó en seguir cruzando por el medio, aunque unas cientas murieran mientras tanto. Se parecían bastante a nosotros. En varias vueltas las observé, no llevaban nada, sólo iban. Luego fijé mi atención en otras cosas. Caminaba con las manos a los lados, balanceándose al compás de mis pasos, luego las llevé a la espalda, tomando el puño de mi derecha con la izquierda.. No había árboles, sólo cemento y pasto. No había animales, ni una paloma, ni un gato, ni un perro sarnoso que hubieran abandonado, sólo nosotros. El orden no lo permitía. Vivíamos en el hangar. Pero no había, ni nunca hubo avión. Volviste a pararte junto a mí y me palmeaste la espalda. ¿Hermoso no?. Todo en orden, dijiste alargando las vocales. ¿Qué te parece? Preguntaste sin esperar respuesta y yo sin pensar en contestar. Hace un tiempo atrás éramos conscientes de todo, sabíamos todo, pero fuimos olvidando. Era mejor. Aunque estoy seguro que muchos de nosotros pensábamos igual, pero no podíamos hablar. Intentamos un código de señas, pero no nos pusimos de acuerdo en qué queríamos decir. Quizás queríamos decir todos lo mismo, y no pudimos. Entonces nos callamos.

Creo que te gustó

La tomó entre sus brazos y la sintió temblar un poco. Ella se deslizaba de su abrazo, se escurría como una cosa informe. El tejido de su ropa y la piel de sus manos, demasiado ásperas, se encontraban rozándose, casi crujiendo. Le miró la cabeza. El cuero cabelludo, pálido y brillante se asomaba en un sendero trazado por el peine. Llevaba el cabello un poco desordenado. La sentía temblar en suaves espasmos. La casa se encontraba en silencio. Siempre sentía una gran melancolía al descubrir la casa sola. Continuamente bulliciosa, de vez en cuando sus habitantes desaparecían, se escondían en los rincones, o más bien, se ocultaban de su mirada. Él entonces iba abriendo puertas al azar, violentamente a veces, suavemente otras, tratando de descubrir las partículas de polvo flotando de manera helicoidal, sin su permiso, fuera de orden. Pero generalmente allí estaban, avanzando hacia la sombra, ocultándose de él, sin ni siquiera mirarlo.
Ella se sacudía sollozando. La puerta de madera oscura se mecía con la brisa. El sol llenaba de calidez el ambiente. Desde donde estaban acurrucados podía observarse el patio, el verde, el celeste, el blanco. De alguna manera esos días eran de una tristeza infinita, cuando todos se iban o se ocultaban. No podía pensar en muchas cosas. El abrigo de ella seguía frotándose contra su piel, él aún trataba de sostenerla en un abrazo firme, pero ella se escurría, se escurría sin caerse.
Solía tener un recuerdo. A veces era sumamente nítido, otras aparecía difuso, tenía siempre la característica de que la boca se le llenaba de un sabor ácido y pastoso. Era una mañana clara, otras veces una tarde lejana, de cuando las paredes estaban tiznadas y el suelo cubierto de grasa. Si se esforzaba un poco podía escuchar voces masculinas que, muy probablemente, llegaban de un patio cercano, de infinitos paraísos, o de un rincón, destinado a cortar la leña. Los paraísos, y un campanilleo típico de sus hojas acariciándose. Y entonces entraba a algún lugar, vago recuerdo a veces... otras claro y nítido como un golpe en la nariz. Color de tenue ámbar. Y un maldito sabor a no sé qué, que lo apesadumbra, lo acaba. Estaba tan triste, tan solo, tan mal, tan sucio, tan gris, tanto sol y tanta pena, tanto aire, le pica la nariz. De nuevo se iban, lo dejaban. Se van, lo abandonan, nadie, nunca, todo está mal, todo, siempre lo mismo, la misma, los mismos. Acostate en el piso, sentilo frío, caete de una vez, no me importa, me das asco, vos, sí vos, tan dulce siempre, deja de moquear.
El barro se pega en todo, es suavísimo, frío, una tentación para los pies desnudos. Salta hasta arriba y le cae justo en la ropa limpia, una verdadera lástima, sobre todo si la ropa es nueva, la mancha no sale. Todo cambió tanto, le dijo, ya no más rojo y amarillo, ya no más verde, ya no más agua de lluvia, ya no más ratas, ya no más arena. Cascotitos de sol ruedan entre los dedos, posibles arañas ¡atención!. La sombra del paraíso y su música, va y viene, viene y va. Un encaje de sombra movedizo como jirones de algodón colgados del árbol. Cuando te veía así de lejos, desde el cristal, quería ser una lágrima de esas, de luz, que te corría por el rostro, te hacía cosquillas. El pelo se te alborotaba y el viento te ensuciaba y después no podías peinarte, te picaba la nariz y una bañerita de agua flotaba entre las pestañas. A la tarde tenías casi siempre la voz un poco ronca. Las cosquillas te hacían gracia, pero vos nunca sentiste cómo era. Tan raro. Montones de pelitos te recorren el cuerpo, cada parte de la piel, el estómago se mueve, paraaaaarriba, paraabaaaajo, te duele un poco el costado derecho. No sé muy bien que pasa con el corazón, no me acuerdo. Y las voces, te las trae el viento, cuando subís las tenés lejos. Las nubes, parecen esas sábanas gastadas, ¿te acordás?. Que podés mirar para el otro lado, así se ve el celeste tenue, y todo el resto brilla, tan azul es.
Bueno, bueno, a ver si te abanico un poco, o te tengo entre las manos tus manos, así, calentitas, tenés los dedos tan fríos, a ver si recorro con el dorso de mi mano izquierda tu espalda, a ver si te doy un doy un beso en la frente, a ver si te agarro de los hombros y te miro, al fondo de las pupilas. Tenés un mar, un bosque en otoño, un montón de hojas secas, una playa mojada y ventosa, un muelle muy antiguo al fondo, casi se ve un faro, son las siete de la tarde. Médanos al sol, también. Ébano y coral, también. Pero tu mar se seca, se desliza en un remolino, y un montón de nadadores desesperados tratan de escapar del centro (es negro, y la verdad, un poco de miedo da) El viento sopla. Millares de soldados alzan sus estandartes respondiendo a la arenga de su coronel ajeno, insustancial. No avanzan, pero están en pie de guerra, se sienten como espinas, tienen lanzas y trincheras. Son graciosos, no veo sus caras, pero presiento que sus rostros son suaves. Calma, sosiego, el batallón se ha ido.
Reposo, no te veo. Soy yo, constantemente igual, quejándome otra vez de lo mismo. Acá las cosas casi como siempre, el molino sigue chirriando, los viejos cada vez más viejos, pero por suerte hay cada vez más niños. Te escribo, hace tiempo que no te veo. Los palos que sostenían la tranquera vieja se pudren más con cada lluvia, pronto se cae todo. Idílico paisaje tenemos con el tajamar, cada vez se pesca menos, los peces de colores se mudaron a la batea de los caballos, les hacen cosquillas en la nariz cuando hunden el piquito. Los pobres se acercan con un poco de miedo a esos racimos dorados que se mueven bajo el agua. El camino termina justo donde terminaba. Nunca llegué al final, algún cómico continuamente me corre el precipicio un metro más allá. El delantal de mamá sigue presto a secar lágrimas y limpiar mocos infantiles. El sombrero de papá sigue equilibrando soles hilvanados, la columna llega ahora casi hasta el techo cuando se sienta en la galería. Me gustaría volver a verte, me imagino que esos garabatos ya te atrofiaron el seso, ¿te olvidaste de bailar?. Si es así, me voy a enojar mucho. Siempre te recuerdo, cuando llega la primavera corto flores para vos, de esas amarillas que no te gustan mucho, pero así el campo queda verde. Yo sé que después te estropean el fondo del bolsillo, nunca quisiste llevarlas en la mano como corresponde. Por eso sigo prefiriendo las amarillas, son pequeñitas y tienen mucha raíz, a lo mejor un día cuando vuelvas te crezca un arbolito, o siquiera una rama, en el dobladillo del pantalón.
Tenéme en cuenta, sabés que acá estoy solo, ¿no te da pena?. La última vez que te vi, qué linda. No te dije, pero qué linda. Me olvidé de mencionarte, aunque expuse tu recuerdo a consideración de un tribunal de jueces destacados, que analizaron sin ninguna imparcialidad tu delicado striptease. No quise decirte, pero qué buena. Algunos señalaron que un poco de iluminación hubiera ayudado a apreciar tu figura con más detalles, pero nunca les conté que fue a la luz de la luna. Espero no se enojen. Otro puso a consideración si era conveniente que yo hubiera intentado desesperado copiarte, me imaginé que te ibas a sentir más acompañada si me sacaba la ropa también. Alguno me defendió señalando que los faros de una camioneta me alumbraron las nalgas, y así nada podía ser ya glamoroso. Todos coincidieron en que fue apropiado el trasladarse corriendo a la despensa, donde fueron satisfechos nuestros apetitos todos. Ya ves, los muchachos son buenos, por algo son mis amigos.
Y ella nunca sintió un sonido semejante, o al menos que lo recordara. Posiblemente era la orilla, de arena gruesa, muy gruesa y plagada de plantas, plagada de bichos. El río corría lento acá, allá caía en una cascadita baja, cerca de esa isleta, rodeaba con dificultad una piedra brillante y verde. Marrones y azabaches aparecían y desaparecían en cada ondulación, pluc, pluc, pluc, cruzaba un guijarro rodando en la corriente. Blanco y plateado en franjas espumosas tiritaban en pequeños estanques que escurrían el agua con moderación. Cierto aire pegajoso le enfrió las mejillas y le secó los labios. Con las manos en los bolsillos caminó saltando charcos, volvió a su casa.